Seguidora de mi niño interior

La emoción de colorear un mapa para la clase de Ciencias Sociales en el colegio era todo un ritual patrocinado por mi madre. Ella me enseñó a no salirme de las líneas con el dedo índice bien puestecito en el límite entre el mar y la tierra para que el lápiz llegara hasta donde tenía que llegar. Con un algodón untado de vaselina emparejábamos el color y el resultado en el papel mantequilla era perfecto, delicado y brillante. ¡Para mí no existía mejor tarea por hacer!
Me recuerdo guardando los envoltorios de las chocolatinas y los dulces, y luego doblándolos para armar figuras o usarlos en las tareas del colegio. Así pasaba también con los pétalos de rosas que una vez secos, tenía que hacerlos visibles en algún cuaderno. ¡La belleza estaba en todas partes y había que aprovecharla!
Me recuerdo preguntona y curiosa en las clases de Educación Artística, Español y Literatura, y me recuerdo feliz dejándome llevar por mis tías montada sobre sus pies para aprender a bailar. Mucho de lo que hoy me hace brillar los ojos, lleva detrás esas pequeñas cosas que disfrutaba de niña.
Hoy en día los que me conocen dicen que soy metódica, propositiva y organizada en el trabajo y que tengo madera de profesora. No sé si continúe los pasos de mi madre que ha sido la maestra más consagrada que conozco, pero lo que sí es cierto es que gracias a ella aprendí no sólo a no salirme de las líneas sino también a hacer lo que me propongo bien hecho; y ahora, gracias a las posibilidades maravillosas que vienen con mi profesión, tengo la fortuna de aprender a crear nuevas formas y conceptos que llegan donde tienen que llegar aun cuando eso signifique “salirme de las líneas”.

ERIKA FLÓREZ